Las
apneas e hipopneas que caracterizan al SAOS y que, con una duración
variable, se repiten numerosas veces durante el sueño se deben a la
oclusión intermitente de la vía aérea superior. El colapso faríngeo
y el cese del flujo aéreo se producen durante la inspiración, como
consecuencia de la presión negativa intraluminal que genera la
contracción del diafragma. La oclusión se ve favorecida por la
flacidez e hipotonía muscular faríngeas que se asocian con el sueño,
especialmente en algunas de sus fases y, sobre todo, cuando
coexisten determinadas anomalías anatómicas o funcionales del tracto
respiratorio superior (tabla I). Conviene recordar, al respecto, que
la faringe es la única zona en toda la vía aérea con paredes blandas
y, por tanto, colapsables, ya que el resto disfruta de un armazón
rígido (óseo o cartilaginoso).
Cada
episodio de apnea determina, a medida que se prolonga y como
respuesta a la hipoxemia y la hipercapnia detectadas por los
quimiorreceptores, un incremento progresivo de la presión
intrapleural, cada vez más negativa, cuyo objetivo último es vencer
la obstrucción faríngea. Finalmente, el restablecimiento del flujo
aéreo provoca, además de un ronquido intenso y estertoroso, un
microdespertar subconsciente y transitorio, cuya repetición
incesante durante la noche conlleva una desestructuración de la
arquitectura normal del sueño. Esta fragmentación impide que el
sueño alcance fases profundas y sea, por tanto, auténticamente
reparador.
El normal
funcionamiento del ciclo respiratorio requiere la permeabilidad
constante de la vía aérea. El armazón óseo que rodea a las fosas
nasales y el soporte cartilaginoso propio de la laringe y la tráquea
proporcionan a estas estructuras un esqueleto rígido, que impide su
colapso inspiratorio. La faringe es, sin embargo, una zona
potencialmente colapsable, no sólo por la composición anatómica de
sus paredes, esencialmente musculares, sino también por sus
características funcionales.
Durante
la inspiración normal, la contracción de los músculos respiratorios,
sobre todo la del diafragma, crea una presión intratorácica
negativa, que induce el movimiento del aire hacia las vías aéreas
inferiores y los alveolos pulmonares. Esta presión negativa o de
succión tiende a colapsar las paredes faríngeas, lo que normalmente
no ocurre gracias a la contracción simultánea de los músculos
locales, que convierten a la faringe en un tubo rígido. En
definitiva, para que la función ventilatoria se lleve a cabo
adecuadamente se requiere una perfecta coordinación, tanto en
intensidad como en tiempo, entre los músculos respiratorios y los
faríngeos.
El sueño,
sobre todo en su fase REM (“movimientos oculares rápidos”) y en las
fases profundas no-REM, caracterizadas por una gran hipotonía
muscular, favorece la pérdida de dicha coordinación, al disminuir la
actividad de la musculatura faríngea respecto a la del diafragma.
Con ello, la luz de la vía aérea superior tiende a estrecharse, por
lo que aumenta la resistencia al paso del aire. Finalmente, el
colapso orofaríngeo, cuando se produce, da lugar a una apnea, si la
obstrucción es completa, o a una hipopnea si es incompleta y permite
un cierto grado de ventilación. En todo momento, tanto en un caso
como en otro, los movimientos respiratorios se mantienen o, incluso,
se incrementan progresivamente. Esta circunstancia es la que
diferencia a las apneas e hipopneas obstructivas, características
del SAOS, de las centrales, en las que la interrupción del flujo
aéreo se debe a una ausencia de movimientos ventilatorios,
generalmente como consecuencia de una alteración del centro
respiratorio, es decir, del impulso inspiratorio central (Fig. l).
Convencionalmente se dice que una apnea es significativa cuando su
duración, en el sueño, es superior a 10 segundos. La hipopnea se
origina por una oclusión faríngea parcial y su definición, en la
práctica, es motivo de controversia. Normalmente se identifica con
una disminución importante, mayor del 50%, en el flujo aéreo
nasobucal, de duración superior a 10 segundos, acompañada por una
desaturación de oxigeno mayor del 4%. Otras definiciones prefieren
no cuantificar la disminución del flujo o la desaturación y otras
aceptan, incluso, que la caída en la ventilación se asocie, no a una
desaturación, sino a un despertar subconsciente.
La
hipoxemia y la hipercapnia que aparecen con cada apnea estimulan a
los quimiorreceptores e incrementan la actividad de los músculos
respiratorios. El esfuerzo inspiratorio creciente, producido al
contraerse el diafragma frente a una vía aérea ocluída, finalmente
origina un despertar subconsciente, que reactiva a los músculos
faríngeos, cuya contracción restablece la permeabilidad de la vía
áerea y permite que se reinicie el sueño. Este pernicioso
ciclo-sueño, apnea, cambios gasométricos, despertar subconsciente y
fin de la apnea se repite múltiples veces y monótonamente durante la
noche, tanto más cuanto más grave es el trastorno que padece el
enfermo.
Los
fenómenos descritos explican también porqué pueden aparecer en las
personas sanas, especialmente en los ancianos, algunas apneas
obstructivas durante la noche, sobre todo durante las fases de sueño
profundo, en las que la atonía de la musculatura faríngea es más
marcada. El número de apneas nocturnas que separa la normalidad de
lo que es propio del SAOS no se ha establecido con precisión, aunque
de forma algo arbitraria se admite como normal la presencia hasta de
cinco apneas o de diez apneas e hipopneas por cada hora de sueño
(índices de apnea y de apnea-hipopnea inferiores, respectivamente, a
5 y a 10).
Por
último, los mecanismos patogénicos descritos explican también por
qué las alteraciones anatómicas o funcionales del tracto
respiratorio superior facilitan la aparición de apneas y de
hipopneas (tabla I). Estas alteraciones aumentan la resistencia al
paso del aire e incrementan, durante la inspiración, la negatividad
de la presión intraluminal de la vía aérea, con la consiguiente
tendencia al colapso de las paredes faríngeas. Entre todas ellas la
más importante, por su frecuencia y repercusión, es la obesidad.
Cuando no existe alteración anatomofuncional alguna, hay datos que
sugieren que, no obstante, la estructura del tracto respiratorio
superior es
determinante en el colapso faríngeo que origina el SAOS. Cabe
señalar, finalmente, que las apneas obstructivas se producen más
fácilmente en decúbito supino que en decúbito lateral o prono,
quizás como consecuencia del desplazamiento posterior de la lengua
que ocurre, con la relajación muscular, al dormir boca arriba.